Hoy día
viendo estas increíbles fotos no pude menos que recordar los pasajes iniciales
del libro “La Rebelión de las Masas”
de José Ortega y Gasset y concluir que estas imágenes son probablemente la
ayuda grafica mas impresionante y contundente que puedo imaginar para ilustrar
con increíble exactitud el sentido de lo que el autor llama “El hecho de las aglomeraciones”.
Amen de lo impresionante de las fotos, con
esta breve referencia pretendo despertar la curiosidad, de aquellas pocas
personas que me leen, por este libro que, aunque publicado en 1930, nos solo tiene
vigencia sino, mas aun, tiene un cierto aire de actualidad, de lugar común, de
cotidianidad.
Como muestra, les dejo unos párrafos de
este interesante libro en la esperanza de que estos sirvan para entusiasmarlos en
la lectura del mismo.

Para la inteligencia del formidable hecho conviene
que se evite dar desde luego a las palabras “rebelión”, “masas”, “poderío
social”, etc., un significado exclusiva o primariamente político. La vida
pública no es sólo política, sino, a la par y aun antes, intelectual, moral,
económica, religiosa; comprende los usos todos colectivos e incluye el modo de
vestir y el modo de gozar.
Tal vez la mejor manera de acercarse a este fenómeno
histórico consista en referirnos a una experiencia visual, subrayando una
facción de nuestra época que es visible con los ojos de la cara.
Sencillísima de enunciar, aunque no de analizar, yo
la denomino el hecho de la aglomeración, del “lleno”. Las ciudades están llenas
de gente. Las casas, llenas de inquilinos. Los hoteles, llenos de huéspedes.
Los trenes, llenos de viajeros. Los cafés, llenos de consumidores. Los paseos,
llenos de transeúntes. Las salas de los médicos famosos, llenas de enfermos.
Los espectáculos, como no sean muy extemporáneos, llenos de espectadores. Las
playas, llenas de bañistas. Lo que antes no solía ser problema empieza a serlo
casi de continuo: encontrar sitio.
Nada más. ¿Cabe hecho más simple, más notorio, más
constante, en la vida actual?” ….
¿Qué es lo que vemos, y al verlo nos sorprende
tanto? Vemos la muchedumbre, como tal, posesionada de los locales y utensilios
creados por la civilización. Apenas reflexionamos un poco, nos sorprendemos de
nuestra sorpresa. Pues qué, ¿no es el ideal? El teatro tiene sus localidades
para que se ocupen; por lo tanto, para que la sala esté llena. Y lo mismo los
asientos del ferrocarril, y sus cuartos el hotel. Sí; no tiene duda. Pero el
hecho es que antes ninguno de estos establecimientos y vehículos solían estar
llenos, y ahora rebosan, queda fuera gente afanosa de usufructuarlos. Aunque el
hecho sea lógico, natural, no puede des- conocerse que antes no acontecía y
ahora sí; por lo tanto, que ha habido un cambio, una innovación, la cual
justifica, por lo menos en el primer momento, nuestra sorpresa.
Sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender. Es
el deporte y el lujo específico del intelectual. Por eso su gesto gremial
consiste en mirar al mundo con los ojos dilatados por la extrañeza. Todo en el
mundo es extraño y es maravilloso para unas pupilas bien abiertas. Esto,
maravillarse, es la delicia vedada al futbolista, y que, en cambio, lleva al
intelectual por el mundo en perpetua embriaguez de visionario. Su atributo son
los ojos en pasmo.
Por eso los antiguos dieron a Minerva la lechuza, el
pájaro con los ojos siempre deslumbrados.
La aglomeración, el lleno, no era antes frecuente.
¿Por qué lo es ahora?
Los componentes de esas muchedumbres no han surgido
de la nada. Aproximadamente, el mismo número de personas existía hace quince
años. Después de la guerra parecería natural que ese número fuese menor. Aquí
topamos, sin embargo, con la primera nota importante. Los individuos que
integran estas muchedumbres preexistían, pero no como muchedumbre. Repartidos
por el mundo en pequeños grupos, o solitarios, llevaban una vida, por lo visto,
divergente, disociada, distante. Cada cual -individuo o pequeño grupo- ocupaba
un sitio, tal vez el suyo, en el campo, en la aldea, en la villa, en el barrio
de la gran ciudad.
Ahora, de pronto, aparecen bajo la especie de
aglomeración, y nuestros ojos ven dondequiera muchedumbres. ¿Dondequiera? No,
no; precisamente en los lugares mejores, creación relativamente refinada de la
cultura humana, reservados antes a grupos menores, en definitiva, a minorías.
La muchedumbre, de pronto, se ha hecho visible, se
ha instalado en los lugares preferentes de la sociedad. Antes, si existía,
pasaba inadvertida, ocupaba el fondo del escenario social; ahora se ha
adelantado a las baterías, es ella el personaje principal. Ya no hay
protagonistas: sólo hay coro.
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